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Despertando Conciencias.

CRÓNICAS DE UN SOÑADOR. ¡Al final fue horrible¡

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CRÓNICAS DE UN SOÑADOR.
(Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia)

Por el Mtro. José A. Ordóñez González.

Pasaba de la media noche y me encontraba transitando por la única calle que divide mi pueblo en dos territorios, al oriente, poblada por los de la clase acomodada o “FiFi”, pudiéndose observar de ese lado, las grandes mansiones, lujos, y los coches ultimo modelo estacionados al frente; y, al poniente, por nosotros los jodidos, los de la clase obrera y simples empleados.

Prevalecía un silencio sepulcral y solo se oía el ladrar de los perros callejeros que ante su abandono y hambrientos reclamaban al primer transeúnte despistado, la dosis diaria de comida para sobrellevar esa perra vida.

El último autobús me habían dejado al borde de la carretera a esa hora, por lo que para ingresar al pueblo tuve que recorrer a pie los tres kilómetros que indica una señalética vieja y despintada que se localiza a la entrada, rodeada de matorrales crecidos que apenas permiten asomar el aviso.

Regresaba después de permanecer por dos años en los Estados Unidos de mojado, indocumentado y ahora agraviado por el desprecio de los gringos a un noble trabajador mexicano.

Recordé que para llegar a la casa de mis padres tenia que atravesar el panteón del pueblo, lleno de sepulcros, cruces y construcciones que en algunos casos superaban los metros cuadrados de las casas de aquellos que residían del lado oeste. Solo los poderosos políticos y empresarios del pueblo podían costear ese tipo de tumba colosal para su pariente extinto.

Los pobladores contaban historias de terror que ponían los pelos de punta a cualquier niño que las escuchara, de las almas en pena como la llorona, aquella que por las noches salía en búsqueda de sus menores hijos, y del jinete sin cabeza, que se aparecía alrededor de la medianoche para intimidar y proteger sus tesoros enterrados.

Conforme avanzaba, los perros no dejaban de ladrar confabulándose para conformar toda una jauría y como tal, se posesionaron a mi costado. Conforme apuraba el paso, ellos igual lo hacían, y con sus sonidos lograron intimidarme, ejecutando gesticulaciones y movimientos con claras señales de ataque, al menos así lo apreciaba a esa hora de la noche.

Al llegar a la esquina del panteón, estando a escasas cinco cuadras de la casa de mis padres, repentinamente los perros salieron huyendo en sentido contrario a mi avance, para escapar y perderse en la obscuridad de esa noche sin luna.

Me sentí aliviado, y continúe mi camino. Nuevamente el silencio envolvió el ambiente y el ruido imperceptible de mis pasos dominaba esa noche de noviembre.

Apenas avancé unos veinte metros ya sobre el Panteón, cuando observé a lo lejos la figura de una mujer vestida de blanco, que parecía flotar sigilosamente con dirección a donde yo me encontraba. Pare mi marcha y permanecí absorto, aunque estaba cierto que lo mejor era asumir una conducta impávida. No puede reaccionar así.

Se me acelero el corazón y un escalofrió recorrió todo mi cuerpo, erizando hasta mis pensamientos.

Recordé las historias de terror que de pequeño nos contaba la Tía Chole, en aquellas frías noches de invierno.

Yo siempre pensé que nada de eso era verdad, porque después de contarnos esas terroríficas leyendas, mi tía conciliaba el sueño sin apuro.

Pero ahora, solo en la inmensidad de la noche, la figura de la mujer vestida de blanco, provocaba en mí miedo y temblor incontrolable; conforme se me acercaba, mi ritmo cardiaco se acrecentaba que parecía explotar el corazón en mi pecho.

Mi cuerpo se paralizo e hizo que me mantuviera estático como simple estatua de cementerio, sin poder mover un musculo de mi cuerpo, y enmudeciendo el grito que trataba de explotar desde la garganta.

Empecé a sudar frio sin poder moverme, observando que esa figura de mujer vestida de blanco se aproximaba meneando su cuerpo a un ritmo incesante. A la distancia pude ver su rostro, era el de una mujer joven y hermosa, de cuerpo voluptuoso, de tez aperlada y radiante, que sonreía al andar, y me llamaba por mi nombre. Y lo hacía a grito abierto: ¡JOSE CARLOS ¡ ¡ JOSE CARLOS.. despierta ¡

De pronto, abrí los ojos y me encontré recostado en una cama con sabanas de seda, en el mejor hotel resort del mundo el “Apurva Kempinski”, ubicado en Nusa Dua en el sur de la isla de Bali.

La que me gritaba era mi esposa, luciendo un esplendoroso vestido de novia de medio millón de dólares, porque ese día nos habíamos casado en una ceremonia super nice.


Entones recordé todo; mi mente trabajaba a mil por hora y supe que no era un jodido, sino por el contrario, pudiera decirse que soy de la realeza. Seguro que, de permitirse los títulos nobiliarios en México, sería un príncipe.

Sin lugar a dudas lo que me paso fue una pesadilla terrible, el espanto fue inconmensurable, al verme como un simple mortal, con una vida paupérrima, sin la riqueza que poseo.

No hay forma de explicar lo que significó verme en ese sueño como un mendigo y con miedo. Eso sí que fue horrible.

Creo que esta pesadilla la provocó la cena; prometo no volver a pedir caviar y tomar tanto Champagne Dom Perignón 2004 Brut y Moet &Chandon Brut Imperial.

No puedo imaginarme de indigente. Y ahora menos que soy de la alta sociedad. Aunque los ricos también lloramos, hoy no sucederá, tengo a mi lado a mi esposa la más hermosa de las Kardashian. Y yo soy el dueño de Pemex, bueno así me conocen en los mejores paseos de gran turismo en el extranjero. Y ahora más porque controlo con “money” a los vástagos del austero mero mero.

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